martes, 26 de junio de 2018

Tertulia

Por fin La masa se encontró con El político. Durante la cena, en su casa, El político se hizo acompañar por El comunicador.

Los medios amarillistas (mal intencionados y peor informados) hablaban desde el principio de “la relación”. La información se basaba en rumores. A pesar de la imagen pública proyectada (de cercanía y afecto), su relación era impersonal y estrictamente profesional; no estaban comprometidos en lo absoluto. Existía, además, una desconfianza mutua y profunda.

De los saludos pasaron a la mesa. La conversación fue fluida pero intrascendente. Unos cuantos halagos sazonaron la velada: “honesto y esforzado”, acusaba ella; “germen y esencia de nuestro trabajo”, reviraba él.

Intoxicado por el alcohol y las adulaciones El comunicador, vaciados los platos y las copas, desertó antes de llegar a los postres retirándose a un cuarto contiguo. Hasta entonces su presencia había restado naturalidad a la reunión.

Al fin solos, en la intimidad, los temas de interés común salieron a relucir: la religión y el deporte, pero forzosamente la naturaleza vengativa y afectiva de La masa chocó con la inevitable falta de sinceridad de El político. También aquella tenía algunos, aunque breves, destellos de conciencia; alarmado, su interlocutor echó de menos algún intermediario y se sintió terriblemente incomodo. Sí, era atractiva, pero su comportamiento no podía calificarse mas que de reprochable por su falta de educación. Después, no tuvieron nada por decirse y sobrevino el silencio. La masa observo la hora (tarde) en que venía a encontrase con El político, y éste, aceptando el comentario por disculpa, acompañó a su invitada a la puerta. Antes de decir adiós se prometieron repetir el encuentro en un futuro a sabiendas jamás debería volver acontecer.

Regresó al comedor y pasó al cuarto donde roncaba El comunicador. Sonrió, el durmiente había reseñado en numerosas ocasiones sus encuentros, pero había pasado por alto el verdadero. Le dio una patada, el otro se levantó, cobró y se fue. En la privacidad no le dejó de inquietar el suceso y se prometió no repetir el experimento. Nunca dormía tranquilo, pero en esta ocasión tardó más de la cuenta en cerrar los ojos.

Afuera, El comunicador al fin pudo dejar de fingir, se precisaba del triple de alcohol para causar el efecto observado por los otros. Calculó bien, la intimidad y la ligera intoxicación dieron naturalidad a los comensales, mas, sorprendido, no logró prever el resultado. La conversación fue interesante, pero no habían hecho más que mostrar los defectos conocidos. La información en sí no valía la pena, lo que llamaba la atención no podía ser contado: la crudeza de los actores y la superficialidad verdadera que destruiría el encanto de la superficialidad artificial con la cual narraba todos los encuentros (imaginarios), entre La masa y El político (razón por la que el público aceptaba y se divertía con su trabajo). El público necesitaba creer en la existencia de intereses superiores, ocultos o aún malignos en el comportamiento aparentemente irresponsable y caprichoso de los actores. En vez de reseñar el encuentro tal como lo presenciara, decidió, como siempre, imaginar uno idílico, lleno de pasión y comprensión, mejores diálogos y, mejor aún, traición. Pero eso no lo dejo satisfecho, a pesar del dinero, él mismo necesitaba creer en la idea que creaba de ellos. Lamentó su audacia, revisó la paga, juzgó su alcance y decidió, ahora sí, llegar donde sus contertulios lo habían creído dejar.


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