No todas las coaliciones son iguales. Dependen del proyecto y las personas en torno a las que se aglutinan. En México, la diferencia es que, en dos de ellas, la coalición la encabeza un hombre de derecha y, en la otra, uno de izquierda.
El PRI y el PAN aglutinan para defender lo mismo, que es lo mismo para los mismos desde hace más de 35 años; la otra, la de López Obrador, tiene una clara intención redistributiva, de partir el pastel en favor de los que menos tienen.
Quienes se sumen desde la izquierda a cualquiera de los proyectos de la derecha fortalecerán un proyecto excluyente; los que desde la derecha apoyen al candidato de izquierda fortalecerán un proyecto redistributivo.
Aunque sean notorios quienes se suman sin coincidir por completo o haber estado en contra de quienes forman su núcleo original, para ganar una elección es necesario ampliar la base, y entre los que se sumen habrá impresentables (esperemos pocos), de cualquier manera, ya los había antes, siempre los hay, sólo llegan en mayor número pero, en un movimiento de masas la incorporación no es problema mientras se conserve el rumbo que, matizado o no, siempre será mejor que la brutalidad presente del mundo empresarial del nuevo PRI, que sólo es el futuro anticipado por el PAN en sus orígenes. El resultado está lejos de estar definido, falta juntar más votos.
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