Javier Corral ha decidido ponerse en el ojo del huracán con temas distintos al del asesinato de la periodista Miroslava Breach en el estado que presume gobernar. Pero es necesario no dejar pasar lo obvio por lo inmediato: asesinado a su vez el autor material del asesinato, y presentado como autor intelectual quien aparentemente solo opero sobre un guion, pero es incapaz de escribirlo, se ha exonerado a dos funcionarios panistas, uno de los cuales hoy trabaja en la administración de su partido.
Preocupados porque se pensará que ellos eran la fuente de los artículos de la periodista, en que se denunciaba el contubernio entre políticos y delincuentes, estos dos panistas terminaron por comprobar ese vínculo cuando preguntaron a Breach, a instancias de sicarios y traficantes, quienes habían sido la fuente de su trabajo periodístico, ¿Qué les esperaba a las personas que hubiera señalado la periodista, si no hubiera protegido a sus informantes? La muerte, seguramente. Como le ocurrió a ella cuando decidió aceptar toda la responsabilidad y asegurar la de quienes habían confiado en ella. Eso lo sabían quienes preguntaron: los interesados y los intermediarios.
La aceptación de la responsabilidad de la periodista fue grabada y entregada a la delincuencia organizada por estos funcionarios públicos ejemplares, ejemplo de lo que significa “poner el dedo”, notificar a asesinos, “poner” a la víctima, de chivatos o halcones de esa misma delincuencia que este fin de semana cobro 32 víctimas en Chihuahua. Ello por si sólo es un delito, y son cómplices del otro que se cometió. El gobernador ha decidido protegerlos.
Corral ha hablado: de lo legal, poco y tergiversado; de lo ético, ni lo entiende ni se acordó; pero tampoco nada de la moral, palabra única en el vocabulario panista sobre el comportamiento humano. ¿Cómo podría? No con su protección a soplones del crimen organizado.
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